Nerviosas, las manos de Federico jugaban con el abdomen deprimido de la tisana (vaya uno a saber si realmente eran tisanas; lo cierto es que la cafetería cobraba un alto precio, sin llegar a ser escandaloso, por sus famosas hierbas aromáticas): como un ajedrecista, aguardaba el momento justo para dar el siguiente paso. Así que tomó las manos de la chica sólo cuando ya sus rostros estaban separados por la mínima distancia que permitía una contemplación saturada de suspiros, como ésa en la que se hallaban sumergidos desde hacía un rato. El resultado de la maniobra: una especie de desdoblamiento incómodo, pues a partir de ese momento, la comunicación de Federico tuvo que acudir a códigos distintos para cada uno de dos receptores diferentes: el rostro de la chica, dispuesto a atender sus tontas palabras serias y, ahora, sus manos, alertas a los más sutiles mensajes del tacto. Lo interesante del asunto es que bastó un par de minutos para que se armara un enredo tan complicado que la comunicación se hizo imposible, pues ya las caricias —fogosas, ardientes— no tuvieron nada que ver, al final, con las moderadas y tímidas palabras.

Un enredo que Gabriella atribuyó a esa confusión un poco absurda que hay siempre en toda primera cita y que Federico achacó, ingenuo, a una improbable aunque oportuna compenetración mutua; una confusión, por fortuna, sabiamente controlada a tiempo por él, cuando ya todo tendía al fiasco: buena idea ésa de levantar la mano de ella y proponer la consabida lectura de las líneas, experto ad hoc en quiromancia.
De todo esto se acordaban con desparpajo ahora que, como a un par de viejos cómplices, el tiempo les había dado la oportunidad de retomar una y otra vez los recuerdos hasta ajustarlos en una versión unificada y definitiva.

Paco los escuchaba en silencio, con sus habituales gestos de incomodidad y timidez, quizás demasiado serio para las circunstancias, atento a una grieta en la charada que le diera la ocasión de expresarse. También esto lo conocían Federico y Gabriella a la perfección y por eso les encantaba jugar a la predicciones («ya verás como Paco a la menor alusión... Ana no podrá soportar la presión de Fabián y entonces... Jairo volverá a pelear con Gonzalo apenas se mencione lo de...»).
Así pues, bastó una mirada para que, insolentes, soltaran la carcajada, cuando Paco (al concluir el relato aquel de la primera cita que ellos habían contado a dos voces) empezó a narrar de nuevo lo de su accidente. Sin embargo, esta vez, los dos habían fallado en una cosa: él sólo había tomado dos tragos.
(—Vas a ver cómo apenas con tres tragos de aguardiente va a soltar la lengua— había vaticinado Federico en la mañana, cuando juntos en la cocina preparaban las viandas para la reunión que habría de celebrarse con todo el grupo durante la noche, para anunciar el fin de los planes.
Tres no, con uno sólo —había respondido Gabriella, mientras en un acto de magia, reducía dos limones a su mínima expresión—. Siempre con el mismo cuento).

Y en realidad era el mismo relato, invariable, sin una pausa más, sin un gesto menos: “A mí, después del accidente, se me afectó tan gravemente la capacidad de retener y de asociar cosas del pasado que ahora puedo afirmar sin temores que soy un hombre sin recuerdos. Pero no sólo la memoria quedó completamente destrozada; también otras capacidades como la visión o la motricidad, pero especialmente mis habilidades intelectuales, porque han de saber que en el instituto de investigación donde trabajaba tenía fama de genio, según consta por testimonio de compañeros; y aún ahora veo en los rostros de la gente esa reverencia y ese respeto que seguramente antes me profesaron. Sin memoria, sin las calidades intelectuales, con el rostro deformado y el cuerpo reducido a una miseria, comprenderán ustedes ahora mi melancolía. Pero afortunadamente sobreviví. Es lo que le digo a mi esposa: hay que dar gracias a Dios que estoy vivo, y tomarlo como una prueba. Quizás en el camino recto de mi vida quiso él poner un obstáculo, una desviación, un corte, para probar mi capacidad y mi fe”, etcétera. «A propósito, Rebeca les manda saludos y les ruega que la disculpen, pero ese dolor de cabeza suyo que...».
(—Cada vez que la gente habla de cortes en su vida— había dicho Federico, un poco antes, mientras acomodaba los muebles de la sala —o de accidentes que les han transformado su vida, me pregunto por qué la tía Inés falló en sus pronósticos. ¿Ves esta línea aquí en mi mano izquierda? Es la línea de la vida, pero ocurre algo muy interesante: hay un corte que la rompe en dos. Pues bien, eso para mi tía Inés significaba una ruptura radical en mi vida. La he estado esperando desde entonces y nunca ha llegado y ya no sé que pensar, por que según mi tía ese corte está justo en la mitad del camino, así que si se demora mucho quiere decir que voy a vivir hasta bien viejito. Claro que a lo mejor ya pasó y no me di cuenta.
—Apuesto a la segunda opción, querido— le sugirió Gabriella, mientras acercaba el estante de los discos al equipo de sonido— ¿o acaso crees que la decisión de vivir conmigo no ha sido esencialmente radical?
—Eso es verdad, pero...
—Pero no es el tipo de corte que habrías esperado...
—No empecemos a discutir, Gabriella
—¿Y quién lo hace?
—Más bien hablemos de Paco y de los otros invitados. Figúrate, hoy lo estuve observando con cuidado y en realidad me parece que su cara debe ser el resultado de un accidente. Parece un bufón o un geniecillo, de esos que ahora salen tanto en la tele; le falta sólo uno de esos gorritos ridículos para empezar a llamarlo papá-pitufo.
—Claro que también puede ser de nacimiento,
—¿Tu crees?...)

Terminó Paco su relato y un silencio molesto se apoderó de la sala. Quizás por eso, el timbre del teléfono los hizo brincar a los tres de esa manera tan graciosa que hubo que recurrir de nuevo a la risa.

La voz afónica de Fabián al otro lado: «Gabriella, vas a perdonarnos, pero este frío nos está matando. La pobre Mechas está constipada como un demonio y yo... bueno ya me oyes, tengo esta garganta terrible. En todo caso dile a Federico y a los otros que cuenten conmigo en lo que decidan... ya saben: firme como una roca». Y como si fuera eso: una roca —estrepitosa, rodante— escuchó Gabriella el ruido del auricular al otro lado.
«Bueno, ya lo sabía yo», se lamentó Paco y soltó la carcajada, esta vez sin la participación de la pareja.
Gabriella observó en Federico ese rostro sombrío, presagio de tormenta, que deformaba sus facciones.
(—Fabián es un buen hombre— Había anunciado Federico, mientras a regañadientes obedecía la orden de limpiar la pared que Gabriella había por fin dictaminado. —Cómo lamento lo de esta noche, sobre todo por él, porque su bondad no da tampoco como para exigirle la rapidez. Seguro que va a estar todo el tiempo alegando nuestra cobardía, nuestra decadencia, nuestro aburguesamiento, y eso va a ser terrible tanto para él como para nosotros, ¿no lo crees así, Gabriella?).
Los minutos que siguieron sirvieron para confirmar en Gabriella la sospecha que la había asaltado desde el comienzo. Casi simultáneamente se recibieron las llamadas de Jairo, Gonzalo y Ana.  Eso sí, había que abonar la imaginación en todos ellos para inventar disculpas convincentes.
(—Cada uno tiene su gracia, ¿no?— había insinuado Federico, mientras probaba el vino que habrían de ofrecer a sus amigos en la reunión que marcaría el final de un proyecto y el comienzo del otro (al menos para Federico, porque Gabriella ya no sabia que pensar). —Sí, así es —contestó Gabriella más ocupada en arreglar el mantel y poner en orden los últimos detalles que en la conversación. —Vas a ver como Gonzalo nos va a dar otra lección de orientalismo y va a encontrar en cada uno de nuestros movimientos señales de nuestra incapacidad para percibir lo que su mujer llama el Universo. Y Verás a Jairo fingiendo ese interés tan evidentemente falso por las hipótesis de Gonzalo y las poses de bruja de Carolina.
—Y verás a Ana exhibiendo su cuerpo, coqueta, pero echando pestes de los hombres y manteniendo sus posiciones más allá de toda racionalidad, poniendo en evidencia su lógica seductora. Y verás a Jairo (sólo que a éste habrá que emborracharlo más rápido) hablándonos de las posibles salidas, de la necesidad de filtrar y polarizar todas nuestras energías hacia la creación, porque sólo la fuerza creadora es la salvación de este país tan enredado en su inercia. Y verás, finalmente, a la pareja más linda del mundo dando ejemplo de amor en medio de esta farsa en que finalmente terminan convertidas todas las reuniones con nuestros amigos).
Pero lo único que pudo ver Gabriella, fue esa tristeza tan honda en los gestos de Federico y la satisfacción más bien socarrona de Paco al despedirse, porque la reunión (como quizás todo en Federico) fue un rotundo fracaso: nadie asistió, con excepción de él (que a la larga era el que menos importaba).
Más tarde, en el ambiente del cuarto, se oyó la rítmica respiración de Gabriella cuando pudo al fin pegar el ojo, después de agotar sin éxito todos los argumentos para que Federico recuperara el ánimo.


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