Atrapados

Habíamos desarrollado una capacidad de daño que, sin saberlo, extendía su secuela más allá de las modestas fronteras de nuestro mundo cotidiano. Sólo que la enmascarábamos con la idea de que éramos inocentes. Creíamos, por eso, tener derecho a la tranquilidad. Sobre nuestras espaldas, sin embargo, crecía un tributo que cada vez habríamos de soportar menos. Era cuestión de tiempo.