No había nadie en la calle. Un silencio aterrador se extendió de pronto por toda la ciudad. A lo lejos, contra los cerros, Gabriella alcanzaba a distinguir algunos fogonazos débiles y mudos que más bien parecían fuegos artificiales. Quizás los ataques habían cesado por hoy. Pensar que tan sólo seis meses antes, la ciudad no conocía la incertidumbre de una guerra tan sucia como ésta en la que ahora estaban todos embarcados. Había estallado de pronto, sin ningún aviso, sin la posibilidad de comprender su origen o su justificación. Hoy, ya no había ninguna certeza: el orden había sido destruido.
Las casetes de audio estaban en mal estado; algunas, incluso, lucían inservibles, otras sin sus cajas o sin ninguna identificación. Así que Gabriella tomó una, marcada con la palabra «Lucas» y la introdujo en la grabadora. Al principio sonó un fragmento de música clásica y, luego, la voz de Federico (ahogada por la
interferencia de sonidos callejeros) anunció una entrevista.