Gabriella, se acercó al mostrador y tocó la campanilla de anuncio, pero no obtuvo ninguna respuesta. Desde el fondo del pasillo, una mujer vieja se asomó y la observó con desfachatez. Avergonzada, tomó las escaleras hacia el segundo piso. Mientras subía hacia la habitación de Federico, oyó el rumor de una radio y recordó que durante las últimas semanas no había escuchado ni una sola melodía, ni siquiera la odiosa estridencia con que sus vecinos escandalosos de otros días solían inaugurar las mañanas.  Entonces cayó en la cuenta de que había sido esa nostalgia lo que había malogrado su ánimo.  Se sintió aún más miserable al sospechar que la soberbia le había impedido anticipar todo lo que ahora se venía. Pero, al escuchar de nuevo ese ronroneo monótono de los locutores que durante las últimas semanas había convertido la respiración de la ciudad en una insoportable letanía, ya no supo qué pensar... Quizás esto no era sino el final de esa pesadilla que había comenzado con la inaudita desaparición de Federico.

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