Sí. Todo podía ser puesto en su lugar: los discos, las fotografías, los manuscritos, las cartas, las grabaciones, los libros, los videos, los recortes de periódico, todo podía ser ordenado y quién mejor que Gabriella para hacerlo, ella que había conocido a Federico, que había sufrido sus absurdos cambios de ánimo, sus ideas locas, ella que cargaba ahora un hijo suyo en el vientre. Un deber, era incluso un deber; no sólo el orden mismo de los materiales, sino el aporte que sus propios recuerdos, deseos y sentimientos pudieran hacer para resolver el misterio. Sentía haber encontrado por fin una razón para seguir adelante.  Tenía la certeza de poder encontrar un tejido tras la maraña; algo empezó a decirle que no debía detenerse, que, aun cuando la verdad fuese dolorosa, debía rastrearla, que Federico le hablaba desde allí, como antes desde su ausencia infinita.

Así que, por puro instinto, se acercó al anaquel de libros. Tampoco allí parecía haber orden: volúmenes dispersos en los estantes, algunos caídos sobre las entretablas, otros agrupados de a tres o cuatro, pero sin una aparente secuencia: “La casa encantada” de John Barth, los cuentos de Borges, una edición especial de “Casa tomada” de Julio Cortázar, “El nombre de la Rosa” de Eco. La luz del ventanal ya no era suficiente para apreciar los títulos, de modo que Gabriella accionó la lámpara que colgaba de uno de los parales del estante. Casi en seguida, descubrió una carpeta de papeles, encuadernada con un grueso cartón de color azul, marcada con unas letras doradas que le llamaron la atención: INFORME DEL GUERRERO. Sintió que una corriente eléctrica atravesaba su vientre. No podía creerlo: ¡el informe había llegado hasta allí! Abrió las primeras páginas, pero, aterrorizada por las imágenes que la asaltaban, soltó el ejemplar...

necesita Quick Time
Abrir página mudanza - cerrar