Aquél día, Gabriella lo había estado espiando desde el segundo piso del edificio de Artes. Federico avanzaba torpemente bajo la lluvia. Seguro había corrido todo el trayecto desde la entrada de la Calle 45 y ahora trotaría por las escaleras, pues —como siempre— llegaba tarde a clase. Pero el salón estaba lleno y los alumnos lo habrían esperado, incluso hasta el final, si fuera necesario. Ahora que podía verlo sin acosos en la entrada —entregando el paraguas al portero, sacudiendo su gabardina y arreglándose el cabello—, Federico lucía tan indefenso, tan infantil, que Gabriella sintió que su seriedad y su sabiduría sólo hacían parte del juego. Corrió para que no se diera cuenta que lo observaba.
Federico entró al salón, ofreció disculpas por la tardanza, habló un rato con los alumnos e inició su clase de historia del arte. La de hoy: vanguardia y posmodernidad. Gabriella, ubicada en uno de los puestos de la primera fila, con su rostro irremediablemente encendido, escuchó la conferencia con esa expectativa que siempre la asaltaba y que la llenaba de tantas mortificaciones. La clase terminó por fin. Algunos alumnos se acercaron al profesor y le hicieron preguntas. Él las respondió todas, mientras recogía sus implementos, y luego salió por el corredor hacia las escaleras. Entonces, Gabriella, que se había adelantado, lo saludó con un beso en la mejilla y ambos se dirigieron al guardarropas. Había dejado de llover y el sol brillaba con toda intensidad.
Salieron juntos hacia la cafetería del edificio de enfrente. Allí los esperaban Fabián, Jairo, Ana y Ernesto, colegas de Federico. Apenas los vieron entrar, lo de siempre: empezaron las bromas, las falsas adulaciones a Gabriella, los reproches a Federico por su perspicacia y por su fortuna. Ana entonces salió en su defensa y les ayudó a pasar el chaparrón. Federico aproximó otra silla, se sacó de nuevo la gabardina, la colocó sobre el espaldar y dejó el paraguas en el asiento. Después de un rato, mientras tomaban café, Fabián impuso un tono serio a la conversación. Conocía detalles sobre la protesta que se estaba planeando para los próximos días en la universidad. Se habló entonces de infiltración de activistas, de armas de fuego y otras acciones que podían convertir la marcha en una tragedia. Se plantearon algunas posiciones ideológicas en torno al asunto. Para Federico, pese a la acalorada defensa de Ernesto, las cosas no desbordarían la misma dinámica improductiva de siempre. Su apatía fue recibida con sorpresa. Gabriella permanecía en silencio. Ana sacó a flote la imposibilidad de permanecer indiferentes y Jairo la apoyó. Pero los sarcásticos comentarios de Federico, terminaron por indisponer a los demás. También Gabriella estaba incómoda.
De pronto, Federico hizo un gesto dirigido hacia el ventanal de la cafetería y se levantó intempestivamente. Gabriella lo siguió con la mirada. Afuera, Federico se encontró con una mujer. Ella le entregó algo. En la mesa, los otros pidieron más bebidas y continuaron comentando las acciones de la protesta, pero Gabriella ya no les prestó atención y siguió observando a Federico, quien se veía alterado. Él miró hacia adentro y se percató del rostro desconcertado de Gabriella. Tomó entonces del brazo a la mujer y la alejó del lugar. Gabriella miró la silla vacía sobre la que había dejado Federico la gabardina. Se escuchó entonces un petardo, afuera volaron papeles y se levantó una cortina de polvo.