Todo parece dispuesto ahora para que Gabriella descubra ese sentido que ha estado indagando desde que llegó al cuarto de Federico. Cualquiera habría confundido las hojas de periódico (que esparcidas sobre el suelo, aumentaban la sensación de desbarajuste) con basura; pero, al igual que las otras cosas, han despertado en ella la curiosidad y ahora le ofrecen una visión. Al ordenarlas, le han revelado relaciones insospechadas. No son hojas sueltas, ni desecho de papel para fabricar una alfombra improvisada: muestran una curiosa selección, un delicado trabajo de documentación. ¡Después de todo, él no había renunciado!

Mientras la impresora va soltando las hojas donde se imprimen los archivos que Gabriella ha encontrado en el computador, la sensación de que el tiempo que ha gastado en la mudanza no ha sido en vano, la sobrecoge. Y siente que ha logrado desocultar lo desconocido, que a la par con la criatura que lleva en el vientre está concibiendo otra: una criatura que surge desde la palabra, de sus propias manos, del silencio. Ahora está segura de que este reguero innumerable que Federico ha dejado en su huida tiene una huella. Con esa expectativa empieza a leer las memorias del proyecto que Federico ha registrado en los archivos del computador. Al principio con temor, después con sorpresa y al final con rabia...