Una tarde, por ejemplo, hallé en el casillero de mi oficina un libro de poemas firmado por una mujer, cuyo nombre, aunque en principio no me decía nada, resonó con cierta fuerza en mi interior. Según me informaron, la mujer —quizás ingenuamente— lo había repartido a todos los profesores del departamento en espera de alguna lectura que lo sacara de la oscuridad (lo triste es que, a las pocas horas, algunos ejemplares estaban ya entre el cesto de la basura; ni yo mismo, pese a mis promesas, lo he leído). Poco después, descubrí, husmeando en mi oficina, a una pequeña mujer, de unos cincuenta años, con aretes en cada apéndice de su cara y anillos en todos los dedos de sus manos. Una mujer, en verdad, extravagante. Le pregunté qué hacia allí y entonces me enteré que era "La Maga", la autora del libro. Hablamos durante un rato y así me enteré que era, ni más ni menos, una auténtica protagonista de la época.

 

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