El proyecto exigía varias fases: una primera consistía en el examen mismo de ese remanente revolucionario —ahora disipado— en nuestro medio. Para ello era necesario contactar a los actores de las distintas propuestas que aquí habían alcanzado algún protagonismo. Una vez reunidos estos protagonistas (estudiantes, guerrilleros, hippies, músicos, artistas, etc.), diseñar, en consenso, una estrategia política que pudiera tener algún eco. Finalmente, construir una organización capaz de congregar y conjugar estas fuerzas revolucionarias dispersas, hasta alcanzar la suficiente capacidad de impacto y pasar a la acción.

Una mezcla de miedo y de expectativa me sobrepasaba. Acababan de cumplirse los veinte años del mayo parisino. Las conmemoraciones abundaban, los artículos florecían, todos hablaban de la década maravillosa, de las revoluciones imaginarias, de contracultura, explosión de la conciencia y tantas cosas más, que yo mismo sentía favorecida la misión, y me veía obligado a seguir el camino iniciado en esa tarde en que había leído el "hazlo" de Rubin. Había programas de televisión, congresos, música que recordaba lo vivido, conferencias y seminarios en los que se intentaba explicar el fenómeno, algunas indicaciones de la manera como se habían transformado hasta hoy los movimientos alternos y, sobre todo, una necesidad de mirar atrás y encontrar algo no percibido que pudiera orientarnos ahora en el laberinto

Mi propuesta parecía tener eco. Con quien quiera que hablase, donde quiera que leyese, encontraba oídos, recomendaciones... soy amigo de tal persona que conoció a tal otra... Mira, tengo este libro que te puede servir... Al loquito ése lo he visto por tal lado ahora... A un amigo de M lo conocí en la cátedra tal... Mira que casualidad, yo también tenía en mente algo parecido... Claro, yo tengo los discos de... El entusiasmo me iba ganando. Realicé algunas entrevistas y tuve varios encuentros significativos.

 

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