La idea de reunir los protagonistas criollos de los sesenta, entrevistarme con ellos y proponerles a mi modo el do it, —que surgió tras aquella lectura insólita del poema de Jerry Rubin en la biblioteca—, tuvo al principio (y pese a mi despiste) muy buenos augurios.

Lo primero que se me ocurrió —manía intelectualoide quizá— fue investigar, intentar reconstruir, a partir de documentos, los pasos de una posible continuidad subrepticia de la lucha emprendida por los jóvenes de los sesenta y setenta, a la que yo había llegado tarde. ¿Qué era lo rescatable, qué lo recuperable, qué lo desechable? ¿Quiénes sobrevivían, con quiénes podía contar en esta empresa?

Mi propuesta era sencilla: consistía en examinar las posibilidades políticas concretas de canalizar las fuerzas remanentes de lo que se conocía como la gran tradición underground —y que aparentemente había quedado aniquilada tras el fracaso de mayo del sesenta y ocho—: desplegar una gran diversidad de estrategias y conjugarlas, de modo que pudiéramos pasar de nuevo de las ideas a la acción; forzar nuevas condiciones de florecimiento de las actitudes contestatarias, de manera que todo ese excedente: los ideales de renuncia a la sociedad de consumo, la protesta contra el autoritarismo y la burocratización, las propuestas de vida comunitaria, la liberación erótica e incluso la práctica misma de las filosofías orientales, así como el consumo de drogas psicodélicas, pudiera —mediante una adecuada orientación— recuperar la dimensión utópica extraviada desde hacía ya tantos años.

 

abrir revelaciones - cerrar