Eso fue lo que me reveló la lectura del poema: la conciencia de mi propia cobardía y, simultáneamente, la necesidad de hacer algo, el otro extremo del péndulo, el hazlo. Así, la salida del país, el futuro ése que entre todos habíamos inventado el día anterior, perdió sentido y todo vigor.

Debía hacer algo, pero ¿cómo? ¿Qué, exactamente?... Lo cierto es que lo extraordinario había irrumpido cuando menos lo esperaba. Por eso no tuve valor para salir a tiempo de la biblioteca; por eso incumplí la cita, por eso vagué por las calles del centro, completamente confundido; por eso no tuve más opción que abandonar a Gabriella unos días después, aun sabiendo lo de nuestro hijo por venir, aun a costa de su dolor y de su desconcierto, de su rabia y su decepción. Tenía que hacer algo para evacuar la mierda de mi alma, pues ¡nos habíamos convertido en la viva imagen de eso que odiábamos cuando teníamos veinte años!

Por lo pronto, había que reunir al grupo para anunciar los cambios de planes...

 

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