En realidad, el proyecto en estas primeras fases, parecía funcionar. Sin embargo, una primera señal de alerta se presentó cuando conocí en la universidad a un estudiante de doctorado (Carlos Fajardo), quien estaba recolectando datos para realizar lo que él llamaba por entonces "una crónica de la generación de los ochenta". Había escrito ya una especie de ensayo en el que reunía algunos datos de su investigación preliminar, un material muy valioso que demostraba, con todo el rigor de la indagación periodística, las posibilidades y dificultades de una empresa revolucionaria para hombres de nuestra generación. Al enterarse de mis propósitos —y en medio de una larga noche etílica, en la que los dos, allí solos, en su pequeño y humilde aparta-estudio, tuvimos la oportunidad de cruzarnos ideas sobre los efectos que la década de los sesenta, con sus revoluciones imaginarias, había dejado en nuestra generación— me lo leyó con toda la emoción y la rabia con que lo había concebido.

Recordando la manera como los ídolos provenientes del ámbito musical habían marcado nuestro imaginario, afirmaba que fuimos nosotros —quizás con la ingenuidad que nos permitía la distancia del origen— quienes nos atrevimos a pensar que era posible hacer realidad los mensajes utópicos de esas canciones; algunos de la mano del movimiento estudiantil, otros desde su propia marginalidad. Fue muy vibrante desenterrar las emociones que nos produjeron en su momento hechos tan importantes como el asesinato de Salvador Allende o la muerte de Pablo Neruda. Y reconocer que, definitivamente, nos marcó mucho más la revolución sandinista que la cubana o que la represión y la guerra en las calles sirvieron de trasfondo a nuestros sueños de adolescentes o que nuestra búsqueda oscilaba entre la referencia a modelos revolucionarios y la atención que prestábamos a las distintas manifestaciones del arte.

¿Tendría mi proyecto esa misma carga de ingenuidad que había caracterizado las acciones de toda esa generación y que Fajardo denunciaba ahora en su ensayo? ¿Estaría condenado, por lo tanto, a su mismo destino?...

 

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