El
mote de Guerrero lo había inventado Federico, inspirado en su lectura
sobre la cultura de los Yaky. Según Federico, este hombre había llegado
a ese grado de conocimiento que el brujo Don Juan denominaba el estado
del Guerrero. Según los responsables del hospital psiquiátrico, no
obstante, Antonio Rickemann —su nombre auténtico— era un paciente
esquizofrénico más, hundido en su propio mundo patológico. Y no hubo
jamás manera de convencer a esos idiotas del hospital de algo tan
ajeno a sus certidumbres.
Pero
lo que más sorprendía a Gabriella era la capacidad anticipatoria del
anciano. En su escrito estaba previsto que dos jóvenes como ellos
lo visitarían con alguna frecuencia y se convertirían en sus aliados
Podría pensarse que el viejo sólo acomodaba los hechos, que los hacía
entrar en la dinámica de su propia lógica y luego los exponía como
anticipaciones. ¿Engaño, trampa, alibi? Gabriella nunca estuvo segura.
Ahora, con el informe en sus manos, sin embargo, encontraba hechos,
datos, circunstancias que no podrían ser explicados sino bajo la teoría
del alibi. Si esto era cierto, ¡ella misma podría ser ahora simplemente
el producto de su imaginación!