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GABRIELLA
INFINITA
Mujer embarazada, 22
años. He tenido que escribir toda una memoria de mi propia educación sentimental
(definitivamente marcada por la presencia de las mujeres en mi vida) para
poder llegar a este personaje y a esta imagen: una mujer entra a una habitación.
Ha llegado hasta allí
para recoger las cosas que su amante ha abandonado. Apenas, unos días
antes, —a la par con el recrudecimiento de la guerra en la ciudad— y tras
una larga pesquisa, Gabriella Ángel (es su nombre) se ha enterado del
paradero actual de Federico (su amante). Los últimos seis meses han sido
para ella tiempo de angustia y desconcierto: espera un hijo y su estado
no sólo le impide moverse con ligereza, sino que le ha deformado el sentido
de realidad. Ha padecido la ausencia prolongada e inexplicable de su amante
y esa marginalidad con que la sociedad suele desentenderse de una mujer
abandonada. Además, unos instantes antes de su arribo, ha tenido que recorrer
una ciudad semidestruida, una ciudad que nada tiene que ver con esas imágenes
de su vida anterior. En síntesis, su vida personal, como la de la ciudad
ahora, como debió ser la de Federico en estos días (por lo que puede deducirse
ante el terrible desorden de su habitación) es un caos. En su labor de
mudanza, va develando el enigma de la ausencia de Federico. Cuando al
fin descubre lo que ha sucedido, queda atrapada en el hospedaje, reducida
a un estrecho espacio. Después de un par de días, acosada por el hambre,
la desesperación y la locura, es descubierta finalmente por el grupo de
personajes del edificio adyacente al hospedaje, que también, y casi simultáneamente,
han quedado atrapados.
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