He imaginado, pues, estos personajes: DIANA, enfermera, 28 años. Una chica de clase media que ha crecido en medio de la mediocridad. Su adolescencia fue sobrellevada con estoicismo. Quizás, lo único meritorio en su vida ha sido el acercamiento a la lectura, a la cultura libresca, absolutamente ausente en el ambiente de familia. Ahora trabaja en un Hospital universitario, con muy buena reputación profesional; miembro de cuanto movimiento feminista surge en la ciudad y promotora de una de las tantas fundaciones que atienden los frecuentes casos de violación (de los que ella ha sido también una víctima). Se encuentra en el edificio porque es el día que le corresponde atender allí algunas consultas. FRANCISCO. 65 Años. El típico viejo cascarrabias y aguafiestas que ve en todo una conspiración contra su persona, pero que no ofrece ningún aporte al colectivo. Si alguna palabra puede enunciar su actitud ante la vida esa es "inconsciencia". Pero, ¿qué más podría esperarse de alguien que no sólo ha conocido muy pocas oportunidades para la superación espiritual, sino que ante las escasas que ha tenido nunca estuvo preparado? Una pequeña pesquisa en su historia personal arrojaría uno de dos perfiles: en su pasado se encuentra un antecedente de riqueza familiar, como un bisabuelo, o quizás un tatarabuelo, dueño de tierras que diluyó su fortuna en la distribución de la herencia y que jamás tuvo la visión para emprender una estrategia económica distinta a la administración de la hacienda. Quizás Francisco es el nieto o el bisnieto de uno de esos hijos o nietos del afortunado que en pocos años acabó de perder todo, dejando un terrible estigma de fracaso en su generación. Tal vez Francisco desconoce este pasado y considera que su situación no podrá tener jamás una posibilidad o una salida, menos a esta altura en la que lo único que se espera es la muerte. O quizás Francisco nunca tuvo siquiera este antecedente, no sabe de dónde viene y, por tanto, tampoco a dónde va; el karma pesa demasiado y no ha sido capaz de vislumbrar por fuera de su historia personal o familiar una perspectiva. De cualquier modo, ha perdido la oportunidad de "disfrutar" una vejez que es (desgraciado que no conoce el secreto) el tiempo perfecto para el ascenso espiritual. Ha llegado hasta el edificio por unos trámites de su pensión. DIEGO: 40 años. Hippie envejecido. Podría uno creer que Diego es capaz de desdoblarse y aparecer simultáneamente en distintos puntos de la ciudad, pero la verdad es que su forma de vestir y de comportarse se ha estereotipado hasta el punto de encubrir su propia identidad. Diego hace parte de esa generación que vivió a fondo los sesenta, quizás porque su edad o su posición social o el azar lo permitieron. Así vivió esa era de la revolución y de la imaginación que podía hacer de un joven un santo o un criminal el mismo día. Fue de los que hizo música y vivió en comunas y participó en excursiones a lugares místicos y usó sandalias y probó todas las drogas. Nadie sabe cómo logró sobrevivir, pero ahora, ad portas del fin de milenio, habita en los escasos enclaves de hippies envejecidos, vendiendo artesanías o afiches o casetes de la vieja música. Al edificio ha llegado para acompañar a un amigo en un negocio pendiente. CRISTINA: Drogadicta. 22 años. Pocas semanas antes ha salido aparentemente recuperada de un tratamiento, pero ha vuelto a caer. Se le verá en la obra, postrada, marginal al drama de los demás, por momentos ansiosa, pero retraída y a veces muy agresiva. El asunto, para ella, será tanto como un mal viaje. Ha venido hasta el edificio para una terapia. DARIO: El estudiante. 26 años. Pese a todo, a su confianza en la razón, a su modernidad, su experiencia personal ha estado dirigida por cierta resonancia mítica. Tiene un hermano, el mayor, que participó en el mayo parisino y otro que dejó su casa muy temprano para aventurar. Sin embargo ha encontrado en la universidad el espacio para desarrollarse, no sólo en el ejercicio de una conciencia académica, sino en la acción misma. Su repudio a lo establecido y la constante búsqueda de soluciones han configurado en su personalidad perfiles sólidos aunque también contradictorios, pues, aunque la razón guía no sólo sus aspiraciones, sino sus métodos, acude y justifica la violencia cuando es necesario. Esta ambigüedad, sin embargo, será su "potencia emergente" al momento de actuar en la "obra": sabrá comprender el pesimismo y la indiferencia de Francisco, el resentimiento de Indiana, la apatía de los jóvenes amantes, el escapismo de Cristina, y también sabrá canalizar la fuerza y la voluntad de Diego, Fabio, Diana y Eduardo. Ante los dos peligros más constantes: la dispersión y el exterminio, actuará como catalizador, evitando el desvanecimiento del grupo. Se encuentra aquí ahora a causa de una cita con su hermano. OSCAR Y LILIANA: Los novios. 18 años. Dos estudiantes que han venido a reclamar los papeles que requieren para solicitar visa de un país extranjero a dónde esperan trasladarse en poco tiempo. Se sienten perdidos, en medio de una guerra que no comprenden, se sienten engañados por sus mayores, esperan huir lo más pronto posible y armar la vida que aún pueden soñar. Sin embargo, permanecerán retraídos y prácticamente no colaborarán en las actividades del grupo. EDUARDO: El artista. 28 años. La vida de Eduardo está llena de inconveniencias: es el muchacho diferente, raro, que se la pasa pensando en quién sabe qué cosas, sensible, terriblemente sensible, medio pendejo y maricón, incapaz de levantar cabeza. Sólo en los momentos de preparación de sus obras ha podido experimentar esos instantes de libertad que lo comunican con los demás, por eso tiende tan fácilmente al hastío, a la tristeza, al cansancio de la puerca vida. Del contraste entre sus ganas sinceras de vivir y ser feliz y su constante retraimiento surge su potencia creadora, que en la obra será importante, sobre todo para que los demás también aprendan a descubrir su propia fuerza. Le han prometido una exposición de sus cuadros, por eso está aquí, haciendo los arreglos. INDIANA JOHNS: El vagabundo. 27 años. ¡ngel y demonio. Lleva ya tres días refugiado en el edificio. Espera tan solo que los ataques cesen para volver a la calle. Dado su espíritu áspero, se resistirá en un principio a colaborar, sin embargo, poco a poco, se integrará y ofrecerá su experiencia para facilitar las actividades del grupo. MARIO. El poeta. 42 años. Lleva una terrible carga en su corazón. Sus ausencias en la "obra", seguramente tendrán que ver con la historia oculta de su desdicha, pues si bien será uno de los personajes más activos, más limpios y sobre todo más optimistas, habrá momentos de retraimiento que afectarán el proceso y su dinámica. Gracias a él, sin embargo, lo "poético" rondará incluso en los momentos de mayor desesperanza. Ha venido a visitar un viejo compañero de trabajo. FABIO: Exguerrillero. 30 años. Como hombre de acción y de pensamiento profundo, Fabio tendrá un papel vital en la obra. Será quien organice las incursiones al interior de la casa, quien produzca los planes de avisoramiento y exploración, quien proponga y mantenga la administración del escaso recurso con que cuenta el grupo para sobrevivir, quien dé a respirar confianza en la organización y en la necesidad de autoridad, quien, en últimas, sostenga el ánimo en los momentos más críticos. Se encuentra aquí para unos exámenes médicos. GABRIELLA. Mujer embarazada, 22 años. He tenido que escribir toda una memoria de mi propia educación sentimental (definitivamente marcada por la presencia de las mujeres en mi vida para poder llegar a este personaje y a esta imagen: una mujer entra a una habitación. Ha llegado hasta allí para recoger las cosas que su amante ha abandonado. Apenas, unos días antes, —a la par con el recrudecimiento de la guerra en la ciudad— y tras una larga pesquisa, Gabriella Ángel (es su nombre) se ha enterado del paradero actual de Federico (su amante). Los últimos seis meses han sido para ella tiempo de angustia y desconcierto: espera un hijo y su estado no sólo le impide moverse con ligereza, sino que le ha deformado el sentido de realidad. Ha padecido la ausencia prolongada e inexplicable de su amante y esa marginalidad con que la sociedad suele desentenderse de una mujer abandonada. Además, unos instantes antes de su arribo, ha tenido que recorrer una ciudad semidestruida, una ciudad que nada tiene que ver con esas imágenes de su vida anterior. En síntesis, su vida personal, como la de la ciudad ahora, como debió ser la de Federico en estos días (por lo que puede deducirse ante el terrible desorden de su habitación) es un caos. En su labor de mudanza, va develando el enigma de la ausencia de Federico. Cuando al fin descubre lo que ha sucedido, queda atrapada en el hospedaje, reducida a un estrecho espacio. Después de un par de días, acosada por el hambre, la desesperación y la locura, es descubierta finalmente por el grupo de personajes del edificio adyacente al hospedaje, que también, y casi simultáneamente, han quedado atrapados FEDERICO |