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La
noche del viernes siguiente al final de mi experiencia, el hombre de la
bata me anunció el traslado. De alguna forma lo esperaba, era como
si el destino me hubiera mostrado ya todas sus caras, de modo que ni me
sorprendió, ni me afectó. Algo me indicaba que el tiempo
mismo de mi estadía en el pabellón era una especie de microtiempo
condensado que volvería a repetirse, minuto a minuto, en el lugar
a donde me llevaran. Esta idea, que ahora tenía toda la fuerza
de una realidad, no me asustó, como quizá lo hubiera hecho
antes de mi experiencia; al contrario, tranquilizó mi alma. Sabia
que en ese nuevo lugar TODO SE REPETIRÍA, que debía comenzar
de nuevo, de cero, sin el apoyo de mi memoria o de mi conciencia, que
debería enfrentar las mismas situaciones y quizás las mismas
reacciones. Tal vez, sólo este informe, que ahora escribo, marcará
entonces la diferencia.
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