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ANGELITA
DESAGRADECIDA
Linda Angelita, provocaste
ese furor inexplicable que me llevó al umbral de la locura. Quién
lo iba a creer: yo, el chico de los cincos en matemáticas, el sensato
y aplicado, apenas un niño grande, con una cara que escondía
mi verdadera edad, metido en semejante lío. Pero no podrás
negar que fui yo el único, linda limeña, flor de la canela,
el único que se presentó a tu puerta justo cuando tu más
lo necesitabas, en el momento más oscuro de tu vida, y nada menos
que para hacerse cargo de lo que encerraban esas caderas in crescendo
que te convertían día a día —secreto sólo
para mis ojos— en una mujer verdadera.
Claro que estaba dispuesto
a todo: había planeado hasta el más mínimo detalle
no sólo de nuestra fuga, que era lo más fácil en
medio de mis alucinaciones, sino, sobre todo, de nuestra vida de ahí
en adelante; quizás pobre, pero llena de amor y felicidad, eso
no lo puedes negar, como tampoco que decidiste hacerme caso después
de que te encontré en el parque llorando, desesperada, porque ya
no podías ocultar más al bebito que esperabas y yo supe
darte el consuelo que necesitabas y que nadie podía brindarte,
ni siquiera el estúpido de tu novio, porque el muy tonto había
huido al saber la noticia, y entonces armaste tu valija con algunos trapos,
echaste el viejo chal de tu abuela enferma sobre tus hombros y sacaste
todos los ahorros de tu madre, pobre Enriqueta. Lo del odio vino después,
claro, mi linda limeña, pero cuando partimos en aquella madrugada
estabas dichosa y soñabas con que todo saldría bien y hasta
me diste un beso en la mejilla que imaginé como preámbulo
de lo que vendría después.
Pero que tonto fui,
un auténtico idiota, porque ni siquiera dejaste que te tocara durante
aquellos tres meses de heroísmo absurdo, con el pretexto de que
era malo para el bebé, cuando yo había leído en las
revistas Luz, que mi madre ocultaba en el maletero del armario, que era
precisamente todo lo contrario, pues nada había mejor para la salud
de la madre y de su hijo que las frecuentes caricias de la pareja, así,
incómodo y todo como debía ser, pero no, no y no, te negaste
siempre, linda limeña de signo capricornio, mi flor de la canela,
cómo es posible que tú no me hayas dado gusto, si nadie
nos vigilaba, si el mundo era sólo de los dos y tú no, no
y no, tú no eres el padre, no tienes derecho, y yo, como si lo
fuera, y ella, ni mucho menos y además siento asco de ti, ni más
faltaba, qué tal, y yo ruegue y ruegue, hasta que se acabaron los
ahorros de tu madre y te cansaste de mis súplicas, flor de la canela,
mi linda limeña; y, claro, cruzamos de regreso el puente y la alameda
y nació el hermoso Daniel para orgullo de Enriqueta y de todos
los antiguos fiscales de tu libertad y para desdicha y deshonra mías,
el hazme-reír del barrio, obligado a huir como una caricatura de
los donjuanes fracasados, con la carga de un fiasco inconcebible...
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