Federico
y la gramática
Desde que leyó
"La muerte del príncipe", Federico anda en busca de su identidad
gramatical.
A veces se siente
sustantivo, otras, adjetivo (especialmente cuando publica sus artículos
de crítica).
En ocasiones
—cuando se deprime— se abandona a la incómoda irrealidad
de una coma mal puesta.
Pero cuando
se enamora es todo un adverbio de circunstancia, capaz de modificar
la acción de cualquier verbo que se le atraviese.
En sus años
mozos, sus sueños oscilaban entre constituirse siempre en
la frase principal o destacarse por la forma diálogo, y en
el colegio era conocido por su capacidad de contrapunto.
Dicen que nació
con forma de interrogante, pero cada vez más tiende al punto
y coma.
Su pasión:
los tiempos verbales, en especial el pluscuamperfecto, limite utópico
de todos sus ideales.
En cuanto al
amor, su debilidad definitivamente son las declinaciones, a las
que admira y de las que suele enamorarse tan perdidamente que abandona
todo para dedicarse a ellas con furor inusitado, aunque —confiesa—
jamás ha podido comprenderlas del todo.
Odia los errores
de ortografía y desprecia ciertas operaciones retóricas
como la adjunción, pero le fascinan otras como la elipsis,
el zeugma, y el lítote, con quienes congracea fácilmente.
Más que
con la metáfora, se siente a gusto con la metonimia y la
sinécdoque, pero su mejor amigo es el Oximoron, a quien considera
una modelo de honestidad.
Le encanta cometer
omisiones semánticas y con cierta frecuencia hace el amor
a las nobles y humildes aliteraciones que viven siempre agradecidas.
En las noches
suele soñar con cadenas de oraciones y con el temible flujo
de conciencia, pero al despertar todo vuelve a su curso lineal.
En estos días
que releyó la introducción a "La muerte del Príncipe"
("Todo este universo es un libro en el que cada uno de nosotros
es una frase. Ninguno de nosotros, por si mismo, hace conjunto de
lo que se dice o percibe lo que cada uno verdaderamente quiere decir"),
se sintió desolado y triste. Y tal vez por eso anotó
en su cuaderno, para desarrollar después, el siguiente pensamiento:
"¿No
estamos todos hechos, como la frase, de palabras comunes?, ¿de
sustancia constante, de humanidad vulgar? Hay, sin embargo, un adjetivo
adentro que a cada quien lo define y determina".
Desde entonces,
Federico pudo comprender el escepticismo de los puntos suspensivos...
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