A la par de las imágenes ambientadas por una canción de los Rolling Stones, la voz de Federico afirmó: «Tercera jugada: gimme shelter. Bajo el signo de la juventud. Se muestran ahora los símbolos de la juventud de los sesenta: el cuerpo bello, las motocicletas comecaminos, la ropa atrevida, los conciertos de música, el baile del Twist, el sexo libre, la droga, los modales insolentes. ¿Signo o mito? ¿Nuevo poder? ¿Clase social emergente? ¿Contracultura? Nunca antes lo “juvenil” había alcanzado un protagonismo tan alto; la famosa consigna: “hay que desconfiar de los mayores de treinta años” estaba invocando la necesidad de hacer tabula rasa para emprender un camino distinto; los jóvenes creían tener carta blanca porque hacían responsables a los viejos de los males del mundo; la juventud era inmune de culpa. Indudablemente en la década de los sesenta la juventud imprime progresivamente su estilo de vida sobre el resto de los sectores sociales, hasta convertirse en un colectivo paradigmático que incluso supera por momentos a otros patrones revolucionarios. Sin embargo, esta euforia ya tiene en sí misma un germen de destrucción: la incidencia real de la juventud, sus posibilidades de transformación del mundo, no dependen de su intrínseca capacidad de contestación y contracultura. Cuán calamitosamente se demostraría que su pervivencia como fuerza de vanguardia dependía del grado de susceptibilidad al aburguesamiento. De cualquier manera, la juventud se jugó como una ficha: como carta electoral en algunos casos, como chivo expiatorio en otros, como síntoma de una patología social o, finalmente, como una nueva estrategia de consumo»