«Séptima jugada: incident at neshabur. Morir en Vietnam. La guerra está en la casa. Las imágenes muestran ahora el proceso de la guerra desde la perspectiva del hombre común que participa en ella como soldado y sobre todo como ficha del juego: el reclutamiento, la inducción militar y moral, el embarque, la llegada a ese lugar exótico, cuyo nombre apenas sabe pronunciar: Vietnam, la ingenua fe en la misión del deber que poco a poco se va minando; la presencia y participación en la barbarie, con toda su iconología: las masacres de campesinos, el Napalm y todas las otras armas diabólicas... En 1962, el presidente John F. Kenedy había enviado 15000 “consejeros militares” a un pequeño país del sudeste asiático. Había allí una guerra civil y un movimiento guerrillero comunista que los Estados Unidos querían aplastar. En 1967, el número de soldados se había elevado a medio millón. ¿Por qué tenían que morir aquellos jóvenes en los arrozales de Mekong? Eso que comenzó como una simple estrategia militar se convirtió en un verdadero infierno, no sólo para el estado norteamericano que veía cómo su paranoica inversión no daba los frutos esperados, sino para los mismos norteamericanos comunes que veían morir a sus jóvenes hijos sin sentido (un sin sentido que revelaba de paso el carácter de su sociedad: su intrínseca necesidad de expansión y agresión y la brutalidad de la lucha por el terreno en el campo internacional). Y ahí está el muchacho sorprendido por una guerra que no es suya, incomprensible y sobretodo absurda; ahí está, obligado a matar y a defenderse por unas ideas que en el campo de batalla no le dicen nada. Y ahí está el retorno: para algunos, significa simplemente el cambio de sede del infierno (por eso hay quienes vuelven a Vietnam), para otros, vivir con el horror agazapado en los sueños o en una esquina, presto a saltar en cualquier momento. Algunos harán el retorno en ataúdes y marcarán el fracaso en sus familias. Otros se quedarán, pasarán al bando enemigo, donde encontrarán, en la cultura oriental, una salida a sus necesidades. Ninguno podrá ya ser el mismo»