«Octava jugada: summertime». Claro: lo que había estado anunciando Federico eran los nombres de las canciones, ahora Gabriella empezaba a entenderlo, quizás su trabajo era la investigación de estas manifestaciones contraculturas, pero ¿para qué? «Los ejércitos de la noche —continuó la voz de Federico que ahora sonaba más lejana—. Irrumpe la voz maravillosa de Janis Joplin anunciando nuevos tiempos. Las imágenes muestran escenas de la marcha contra el Pentágono, ese ejército de la noche que se ha aglomerado para anunciar al mundo su resistencia contra la guerra. Por las calles de Washington avanzan, como un pueblo nómada, grupos de veteranos, jóvenes de pelo corto, tímidos profesores, mujeres de edad con zapatos para andar, pero también guitarristas, hippies con las caras pintadas, agitando palos de escoba coronados con cajas decoradas con dibujos de colores y fotografías de Joan, de Boby y de Allen, sacerdotes, brujos, shamanes, miembros de diversas organizaciones con estandartes y pancartas, todos los que, de algún modo, viven al margen de la sociedad se han volcado, han salido de sus sacos de dormir para tomar parte en la gran marcha. En la escalinata del monumento a Lincoln se turnan los oradores y el espíritu del ejército de la noche respira a gusto. En medio de la oscuridad y del frío, las calles se iluminan con las velas que la multitud ha encendido y que hacen aún más negras y grandes las paredes del Pentágono. Es el fin de una era, así se siente, como el comienzo de un tiempo de verano, Dios estaba de su parte. Ahora, la tropa interfiere, se presentan incidentes, la gente resiste, está dispuesta a morir, se siente ese olor picante de los lacrimógenos, llegan de todos lados los golpes de las porras, corre la sangre. Hacia la media noche, se disuelve la marcha. Pero el mundo ya lo sabe, de aquí en adelante nada será lo mismo, se ha dado el primer paso.
Además, hay algo que no todos conocen: sucedió a las tres de la mañana: el Pentágono levitó, no 300 pies, como se dijo, sino diez»