«Quinta jugada: white bird. Una nueva religión: el hipismo. En 1967, el movimiento hippy aflora en todo su esplendor, se riega como pólvora. Todo comenzó como el vagabundeo lúdico de un grupo de amigos desarrapados, autoconvencidos de su genialidad y que dejaron algunos poemas y novelas que sin duda perdurarán en la historia literaria. Sus nombres: Jack Keruack, Gregory Corso, Charles Olson, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlingueti, la generación beat que había nacido a la sombra de William Borroughs y que recogía cierta tradición anarquista y se proclamaba como heredera de la generación perdida; deambulaban por los barrios bohemios de San Francisco o Nueva York y emprendían largos recorridos por los polvorientos caminos americanos. De pronto, aquello se desencadenó: al promediar la década de los sesenta, millones de jóvenes en todo el mundo vivían la aventura: descubrían su propio cuerpo, abominaban el mundo gris de sus padres, iniciaban incursiones hacia la naturaleza y hacia la vida espiritual, alteraban los hábitos y las costumbres. En las imágenes del vídeo se observa la vida en las comunas, la psicodelia, el eros libre, la nueva percepción, el juego, el retorno a lo auténtico (y no podían faltar las escenas de la calle Hight Ashbury o el parque Golden Gate, en San Francisco, los nuevos centros sagrados, entremezcladas con las ya míticas escenas de la gran ópera rock «Hair»). La ética Hippy respondía con la lentitud, la despreocupación, el refugio en la intrascendencia del momento, la divagación y el desprecio por los bienes terrenales a las exigencias de la meritocracia. La actitud era inequívoca: querían apartarse de la sociedad que los había visto nacer, querían dejar atrás la tradición y la cultura; veían la sociedad moderna como un fracaso espiritual, así que protestaron contra todo aquello y se lanzaron a vivir de otra manera. Ahí están esos nuevos vagabundos urbanos, desarrapados y sucios, con una mirada brillante y suave en sus rostros, con su calma distintiva y su gentileza. La jugada hippy, sin embargo, tiene su respuesta: para los económicamente postergados —que no tienen nada y por esta razón desean los bienes materiales que los jóvenes desprecian— aquellos adolescentes resultan niños mimados y arrogantes; la amplia clase media se siente provocada y escarnecida: el trabajo duro es su necesidad, su norma ética, se identifica con su trabajo y por su trabajo. Si existiera la más remota posibilidad de que los hippies tuviesen razón, entonces resultaría que ellos, los hombres medios de todos los países, patriotas, trabajadores, a quienes se les ha impuesto un precio, habrían sido estúpidos. Así que bastaría esperar un poco. Mientras tanto la policía reprime los be-in»