«Cuarta jugada: wild thing. El rock nos une ¿are you experience? Ahí está el negro, con su guitarra, con su pinta estrafalaria, con su gestos provocadores, sensuales, extáticos, ahí está Jimi Hendrix invocando la cosa salvaje. Con el éxito mundial del rock and roll, se puso en evidencia un fenómeno sociológico sin precedentes: jóvenes de países tan distantes como Alemania y Japón se sentían más unidos entre sí, con más cosas comunes; se había alcanzado una especie de idioma universal que, aún sin palabras y sin contenido inteligible, comunicaba ese algo que todos los jóvenes querían oír.
Danzas rítmicas, como el rock, pueden llegar a convertirse en una especie de refugio, en una expresión de necesidades profundas que sólo pueden realizarse a través de una vuelta a los ritos iniciáticos, ritos que mediante la música y la danza, permiten que el ser humano entero participe y eso, participación, era lo que exigía la juventud. El negro está en el suelo, ahora se acerca a la pared, mantiene la guitarra a la altura de su pene, es un pene, masturba su pene. Esta utilización de formas sonoras con fines de acción psicológica y mágica parece ser una de las funciones fundamentales de la música, tal vez incluso su función original, que por eso tiende siempre a reaparecer en todo momento, como sucedió con el rock, cuyas estructuras rítmicas, melódicas y modales —y las formas de movimiento de danza que le corresponden— facilitan ese reencuentro. Ahora el negro se despoja de su guitarra, la cabalga, la estruja. Las danzas de grupo que conducen a estados de éxtasis implican un alto grado de participación, por lo que sus sentidos no pueden ser captados más que por aquellos a quienes se invita a participar en los ritos. La música, los cantos y la danza del rock alcanzaron este poder de convocación, porque llenaban un vacío en la deteriorada estructura espiritual del hombre moderno; de ahí que los jóvenes en su conciencia marginal se hayan sentido atraídos a llenar esa carencia, agrupándose en hermandades, despreciando la vida urbana y los lujos. Claro que también sobrevendría la trivialización: el concierto pierde con el tiempo esa connotación mística en favor de la dimensión comercial y técnica, la música y la danza pierden su poder original. El rock por momentos parece morir a manos del explotador»
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